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✞ Presagio
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Página 1 de 1.
✞ Presagio
Señor. Noticias... desde Londres...
Fueron las tempranas palabras de Albert. Una oración que hacía años no se enunciaba, alarmante e inquietante, pero hasta cierto punto, gratificante ya que indicaba el nacimiento de algo en una zona muerta, en un tiempo muerto.
Habían transcurrido apenas unas horas - no muchas, gracias a la impaciencia del señor de Vania - y ya se encontraba en audiencia el ave de mal agüero: Johnatan Smitson. Un habitante de Vania, fiel a Adrian, útil, simple. Se había vuelto esencial en poco tiempo, ya que portaba información hasta ahora desconocida... "S-sólo hablaré con Lord Farenheights" dijo, mostrando que sabía apreciar la mano que lo protegía.
El silencio condujo la escena unos momentos, era fácil deducir que se trataba de algo terrible, dado el nerviosismo que mostraba al bailotear ese sombrero viejo entre sus sucios dedos y esas uñas desquebrajadas. No se atrevía a mirar al señor a los ojos, si bien era "benevolente" hacia con su gente, había escuchado rumores - como todo buen ravager - sobre su pequeña paciencia... por eso quizá, seguía vivo a sus 45 años. No fue sino hasta cuando tuvo permiso para hablar y se sintió seguro ante los presentes, que comenzó a hablar. Fue súbito y algo extraño:
- No sabía lo que era un cu-cu-cuervo señor... el niño no lo sabía... me dijo "Oye abuelo ¿qué es eso? Es inmenso..." ya se imaginará su sorpresa. Nació apenas hace unos años, así que no había visto uno, ya sabe, hace rato que se esfumaron... E-e-en fin, yo--bueno--eso no era importante, lo que quiero decir es que...
Se alisó el cabello una y otra vez, sintiendo como sudor frío comenzaba a nacer en su frente. Le faltó el aliento para decirlo, pero finalmente lo hizo.
Afuera, muy al dente, la tormenta iluminó la noche con un fulgor azulado. Eso explicaba lo rojizo de la luna estos días, Adrian podía sentir el cambio que estaba por aproximarse, era como si siempre lo hubiera sabido...
Habían transcurrido apenas unas horas - no muchas, gracias a la impaciencia del señor de Vania - y ya se encontraba en audiencia el ave de mal agüero: Johnatan Smitson. Un habitante de Vania, fiel a Adrian, útil, simple. Se había vuelto esencial en poco tiempo, ya que portaba información hasta ahora desconocida... "S-sólo hablaré con Lord Farenheights" dijo, mostrando que sabía apreciar la mano que lo protegía.
El silencio condujo la escena unos momentos, era fácil deducir que se trataba de algo terrible, dado el nerviosismo que mostraba al bailotear ese sombrero viejo entre sus sucios dedos y esas uñas desquebrajadas. No se atrevía a mirar al señor a los ojos, si bien era "benevolente" hacia con su gente, había escuchado rumores - como todo buen ravager - sobre su pequeña paciencia... por eso quizá, seguía vivo a sus 45 años. No fue sino hasta cuando tuvo permiso para hablar y se sintió seguro ante los presentes, que comenzó a hablar. Fue súbito y algo extraño:
- No sabía lo que era un cu-cu-cuervo señor... el niño no lo sabía... me dijo "Oye abuelo ¿qué es eso? Es inmenso..." ya se imaginará su sorpresa. Nació apenas hace unos años, así que no había visto uno, ya sabe, hace rato que se esfumaron... E-e-en fin, yo--bueno--eso no era importante, lo que quiero decir es que...
Se alisó el cabello una y otra vez, sintiendo como sudor frío comenzaba a nacer en su frente. Le faltó el aliento para decirlo, pero finalmente lo hizo.
- Babel despertó. -
Afuera, muy al dente, la tormenta iluminó la noche con un fulgor azulado. Eso explicaba lo rojizo de la luna estos días, Adrian podía sentir el cambio que estaba por aproximarse, era como si siempre lo hubiera sabido...
- Prólogo:
Hermes- Webmaster
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 23/05/2011
Re: ✞ Presagio
La sensación de inestabilidad había dominado su ser por días. Le molestaba pues no sabía lo que era. Miraba al cielo nocturno sin ver, se vestía con aquella incomodidad de lo inexplicable y escuchaba sin autentico interés. Ninguna cosa lo alteraba ahora pues ya estaba alterado. Nervioso. ¿Qué había en el mundo que pudiera mortificarle a él? Los sentimientos estaban subordinados desde hacía mucho a su lógica y sus metas. Ese era su principio y su política. Por supuesto que los sentimientos formaban parte del fin, pero sus deseos debían esperar para que las ideas pudieran dárselos y para esto solo había un camino. Un paso en falso significaba la caída irremediable, lo sabía y había depredado de quienes habían fracasado. Él triunfaba porque jamás se adelantaba, esperaba a que todo estuviese en su lugar. No había sido difícil en realidad desde que era una de las piezas centrales. Pero este estado de nerviosismo e inquietud era para él igual que la pasión desmedida. Se concentró en mantenerlo tan controlado como pudiera, pero solo aumentaba con el tiempo.
“Señor. Noticias... desde Londres...”, fueron las tempranas palabras de Albert.
En aquél momento Adrian Fahrenheits salía de su baño. Podía permitírselo por sobre todos los mortales de su zona, el tomar un baño diario. Lo necesitaba para mantener la calma. Después de toda la mente aún estaba sometida al cuerpo de alguna manera. Asintió e hizo una seña con la mano de que prepararan todo, cosa que no tomaría más de un minuto. Albert, el fiel sirviente se alejó cerrando detrás.
La noticia de la oscuridad había corrido con facilidad por la zona cero. Los rumores corrían más rápido que el viento ahí donde se vivía de la precaución, y el amo del castillo Vania tenía siempre oídos atentos. En cuanto supo que había ocurrido aquello comenzó a sentirse aún más perturbado. Controlarse hasta el momento en que pudiera saber la verdad había sido un esfuerzo sobrehumano. Ahora al fin tenía noticias.
Se enfundó en su traje color gris. Tenía ya algunos años pero se había mantenido en buena calidad igual que sus otras ropas. No eran recuperadas, sino guardadas por el mismo al que le daban mantenimiento algunas de las mujeres de más edad que vivían en su zona y que recordaban como trabajar esa ropa. Sus zapatos brillaban aun y lucían pulidos y casi nuevos. Su abrigo largo había perdido una que otra pluma en el cuello pero no lo desechaba, menos ahora que el frío se había alzado, aunque quizás era más un vestigio de su antigua necesidad. Se colocó los guantes con cuidado y se ajustó los anteojos a la nariz.
Entró en la sala de reuniones, redonda y bien iluminada con velas, donde descansaba una mesa larga en la que él ocupaba el sitio del extremo más alejado a la puerta principal. Había dos puertas más, a izquierda y derecha pero detrás de su silla alta había un cuadro enorme: La creación de Adán. La sensación que transmitía la sala era difícil de percibir. Había tensión y muchas veces temor por quienes nunca habían visitado el castillo, pero para quienes conocían al amo podían decir que no era realmente malvado (al menos en lo que ellos podían afirmar). Sin embargo reconocían su autoridad y dureza, la respetaban y a veces la celebraban. Era eso lo que los había mantenido vivos y prósperos (dentro de lo que puede considerarse prosperidad en la zona cero). No pasaba desapercibido ante algunos ojos muy atentos y versados los signos inequívocos: su aparición a ciertas horas en especial, las marcas de mordidas en el cuello de su sirviente. Sabían el secreto, pero lo guardaban pues lo comprendían, o se forzaban por entender.
Noa ya estaba ahí, sentada al lado izquierdo del señor, junto con otros dos consejeros temporales, vampiros. Adrian se sentó recto en su silla cuando apareció Smitson acompañado de Albert. Escuchó sus palabras sin interrumpir. Frunció el ceño cuando el testigo comenzó a divagar, lo que le obligó a retomar el hilo y decir en una frase lo que tanto temía:
- Babel despertó. -
Todos miraron al amo entonces, pero Adrian guardó silencio. Todos conocían la extensión de esas palabras. Ahora tenía sentido. La inquietud, la sensación de todo ese tiempo. De alguna manera se calmó pues ahora tenía la certeza de a lo que se enfrentaba. Pero no era necio, sabía lo que implicaba aquello. Durante su ausencia se habían alzado algunos para controlar donde había ella faltado, Adrian era uno de ellos. Ahora lo que había construido…. ¿Qué significaba, que quería, podría ser útil para él o una amenaza?
-¡¿Lo has visto tú mismo?! –interrumpió Noa. Adrian levantó la mano para acallarla. No, él no dudaba en las palabras del “viejo” Smitson, podía sentirlo, hablaba con la verdad. Se levantó y todos hicieron lo mismo.
-Lo has hecho bien Smitson –concedió Adrian con su voz lenta y casi pastosa con un dejo de adulación impregnado en ella. Había aprendido a ocultar también el enojo en su tono y convertirlo en severidad moderada-, como siempre la lealtad y el trabajo duro serán recompensados.
Miró a Albert y este asintió levemente.
Adrian suspiró y miró al techo. Tenía que ser muy delicado ahora. Cuando Babel desapareció él apenas comenzaba a alzarse y no había intentado contactarla de ninguna forma, aun así quizás habría escuchado de su influencia en escocia. ¿Le recordaría, le interesaría aliarse con él o tomar su poder? Su territorio era del tamaño de Londres o incluso más grande, pero lo importante es que tenía seres humanos. No la conocía más allá de las habladurías.
-Pero necesito que aun hagas algo más por todos nosotros –volvió a dirigirse a Smitson-. Tú lo recuerdas, ¿cierto? Aquel tiempo en el que existía, tú vivías antes en Inglaterra… la recuerdas.
Afiló su mirada esperando a que hablara, que le dijera lo que supiera antes de saber si pedirle lo que deseaba: hablar con ella.
“Señor. Noticias... desde Londres...”, fueron las tempranas palabras de Albert.
En aquél momento Adrian Fahrenheits salía de su baño. Podía permitírselo por sobre todos los mortales de su zona, el tomar un baño diario. Lo necesitaba para mantener la calma. Después de toda la mente aún estaba sometida al cuerpo de alguna manera. Asintió e hizo una seña con la mano de que prepararan todo, cosa que no tomaría más de un minuto. Albert, el fiel sirviente se alejó cerrando detrás.
La noticia de la oscuridad había corrido con facilidad por la zona cero. Los rumores corrían más rápido que el viento ahí donde se vivía de la precaución, y el amo del castillo Vania tenía siempre oídos atentos. En cuanto supo que había ocurrido aquello comenzó a sentirse aún más perturbado. Controlarse hasta el momento en que pudiera saber la verdad había sido un esfuerzo sobrehumano. Ahora al fin tenía noticias.
Se enfundó en su traje color gris. Tenía ya algunos años pero se había mantenido en buena calidad igual que sus otras ropas. No eran recuperadas, sino guardadas por el mismo al que le daban mantenimiento algunas de las mujeres de más edad que vivían en su zona y que recordaban como trabajar esa ropa. Sus zapatos brillaban aun y lucían pulidos y casi nuevos. Su abrigo largo había perdido una que otra pluma en el cuello pero no lo desechaba, menos ahora que el frío se había alzado, aunque quizás era más un vestigio de su antigua necesidad. Se colocó los guantes con cuidado y se ajustó los anteojos a la nariz.
..::TEMA DE FONDO::..
Entró en la sala de reuniones, redonda y bien iluminada con velas, donde descansaba una mesa larga en la que él ocupaba el sitio del extremo más alejado a la puerta principal. Había dos puertas más, a izquierda y derecha pero detrás de su silla alta había un cuadro enorme: La creación de Adán. La sensación que transmitía la sala era difícil de percibir. Había tensión y muchas veces temor por quienes nunca habían visitado el castillo, pero para quienes conocían al amo podían decir que no era realmente malvado (al menos en lo que ellos podían afirmar). Sin embargo reconocían su autoridad y dureza, la respetaban y a veces la celebraban. Era eso lo que los había mantenido vivos y prósperos (dentro de lo que puede considerarse prosperidad en la zona cero). No pasaba desapercibido ante algunos ojos muy atentos y versados los signos inequívocos: su aparición a ciertas horas en especial, las marcas de mordidas en el cuello de su sirviente. Sabían el secreto, pero lo guardaban pues lo comprendían, o se forzaban por entender.
Noa ya estaba ahí, sentada al lado izquierdo del señor, junto con otros dos consejeros temporales, vampiros. Adrian se sentó recto en su silla cuando apareció Smitson acompañado de Albert. Escuchó sus palabras sin interrumpir. Frunció el ceño cuando el testigo comenzó a divagar, lo que le obligó a retomar el hilo y decir en una frase lo que tanto temía:
- Babel despertó. -
Todos miraron al amo entonces, pero Adrian guardó silencio. Todos conocían la extensión de esas palabras. Ahora tenía sentido. La inquietud, la sensación de todo ese tiempo. De alguna manera se calmó pues ahora tenía la certeza de a lo que se enfrentaba. Pero no era necio, sabía lo que implicaba aquello. Durante su ausencia se habían alzado algunos para controlar donde había ella faltado, Adrian era uno de ellos. Ahora lo que había construido…. ¿Qué significaba, que quería, podría ser útil para él o una amenaza?
-¡¿Lo has visto tú mismo?! –interrumpió Noa. Adrian levantó la mano para acallarla. No, él no dudaba en las palabras del “viejo” Smitson, podía sentirlo, hablaba con la verdad. Se levantó y todos hicieron lo mismo.
-Lo has hecho bien Smitson –concedió Adrian con su voz lenta y casi pastosa con un dejo de adulación impregnado en ella. Había aprendido a ocultar también el enojo en su tono y convertirlo en severidad moderada-, como siempre la lealtad y el trabajo duro serán recompensados.
Miró a Albert y este asintió levemente.
Adrian suspiró y miró al techo. Tenía que ser muy delicado ahora. Cuando Babel desapareció él apenas comenzaba a alzarse y no había intentado contactarla de ninguna forma, aun así quizás habría escuchado de su influencia en escocia. ¿Le recordaría, le interesaría aliarse con él o tomar su poder? Su territorio era del tamaño de Londres o incluso más grande, pero lo importante es que tenía seres humanos. No la conocía más allá de las habladurías.
-Pero necesito que aun hagas algo más por todos nosotros –volvió a dirigirse a Smitson-. Tú lo recuerdas, ¿cierto? Aquel tiempo en el que existía, tú vivías antes en Inglaterra… la recuerdas.
Afiló su mirada esperando a que hablara, que le dijera lo que supiera antes de saber si pedirle lo que deseaba: hablar con ella.
Adrian Farenheights- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 23/05/2011
Edad : 39
Re: ✞ Presagio
La creación...
Un cuadro sin duda impresionante, algo que el viejo no había podido borrar de su memoria en tantísimos años, el verlo le resultaba refrescante a su memoria. Esbozó una ligera sonrisa... recordaba cuán bello fue el mundo "en un principio".
Reaccionó cuando la morena le exigió una respuesta a la cual afirmó más por reacción que por acción, temeroso de cualquier castigo, más el amo intervino y fue benevolente, tan justo que exigía reverencia, la cual se la otorgó el simple mortal, reclinándose sobre una de sus gastadas rodillas con algo de dificultad, reclinando la cabeza como si esperara que le concedieran la gracia.
Alzó el rostro, asomando ese atizbo de satisfacción que rara vez se veía en la Zona Cero. Imaginó comida, quizá caliente, incluso unas botas nuevas o algo para su pequeña sobrina, quería unos zapatos desde hace tanto...
- Gra-gra-gracias... ¡Gracias mi--! -
[quote="Adrian Farenheights"]-Pero necesito que aun hagas algo más por todos nosotros[quote]
Supo que habló demasiado pronto cuando el anfitrión continuo su discursillo y alejó sus ensoñaciones, volviendo a reclinar la cabeza, afirmando de inmediato, mostrando una servil disposición.
- Lo-lo que usted pida, señor... -
Un respingo. Se le fue el aliento antes de hablar. Frunció el entrecejo, sintiendo una punzada al recordar a aquél "ser"... era como evocar una pesadilla justo recién al despertar, aún sintiendo esa asquerosa pesadez. Se relamió los labios y pestañeó, pensando si habría una respuesta correcta a esa pregunta, pues entre líneas había una petición que el viejo Smitson aún no adivinaba. Sin querer agotar la paciencia de los presentes en la sala, se dispuso a hablar, no sin antes pensar bien su respuesta:
- S-sí señor... la recuerdo... era, bueno, era... - no le ajustaban las palabras para describirla, una tarea que nunca creería necesaria. Se reincorporó con dificultad, apretujando por las orillas su viejo sombrero. Su mirada estaba lejana, miraba hacia la nada y negaba continuamente para sí mismo, como si lo que pensaba no fuera apropiado. - Bueno era inquietante. Sí, eso... inquietante... aunque nunca nos hizo nada a los que anduvimos por ahí, tampoco nos daba ese sentido de protección. Cuando creíamos que estaba de nuestro lado, simplemente... pues demostraba que estaba del suyo. Es como una tormenta, mientras no te pongas en el "ojo", te pasa de largo, quizá te moja y aturde un poco a su paso, pero-- bueno, suena estúpido, pero... se da cuenta por cómo lo miran que está divagando nuevamente y pasa saliva, retomando el curso de la conversación - Es una criatura de cuidado señor. A diferencia de usted, no tiene consideración por nada... -
Suspiró y bajó la cabeza, guardando silencio. Ya había dicho mucho... ¿o no?
- C-casi lo olvido señor, hay algo muy--
Un aleteo agita con fuerza la sala. Luego un distintivo pero olvidado sonido...
¡Craaw--craw!
El alertante graznido viaja por la estancia. Quién sabe por dónde vino, pero está ahí, con sus 60 centímetros de largo y su pelaje enteramente negro, destellando azulado, verdoso por el fuego que lo rodea, ahí en el candelabro donde yace amenazador. En sus maliciosos ojos se refleja el pobre viejo, él lo sabe y se aterra, le fallan las rodillas y no atina a huir sino hasta que el animal se le abalanza en vilo, tan veloz que escapa a cualquier posible intento por detenerlo en su trayecto. No se detiene sino hasta que aterriza en el rostro del hombre, convirtiendo su tierna carne en jirones con sus poderosas garras y entremetiendo su arqueado pico en sus ojos, queriendo extraerlos. Aunque el viejo lucha por sacárselo de encima, la endemoniada criatura puede más que él, cizañosa, se ha prendado de su carne.
- ¡¡AAAHH!! ¡¡SEÑOR, AYÚDEME, PIEDAD ARRRGH!! -
Sus gritos resuenan como los de un cerdo en el matadero.
Un cuadro sin duda impresionante, algo que el viejo no había podido borrar de su memoria en tantísimos años, el verlo le resultaba refrescante a su memoria. Esbozó una ligera sonrisa... recordaba cuán bello fue el mundo "en un principio".
Reaccionó cuando la morena le exigió una respuesta a la cual afirmó más por reacción que por acción, temeroso de cualquier castigo, más el amo intervino y fue benevolente, tan justo que exigía reverencia, la cual se la otorgó el simple mortal, reclinándose sobre una de sus gastadas rodillas con algo de dificultad, reclinando la cabeza como si esperara que le concedieran la gracia.
Adrian Farenheights escribió:-Lo has hecho bien Smitson, como siempre la lealtad y el trabajo duro serán recompensados.
Alzó el rostro, asomando ese atizbo de satisfacción que rara vez se veía en la Zona Cero. Imaginó comida, quizá caliente, incluso unas botas nuevas o algo para su pequeña sobrina, quería unos zapatos desde hace tanto...
- Gra-gra-gracias... ¡Gracias mi--! -
[quote="Adrian Farenheights"]-Pero necesito que aun hagas algo más por todos nosotros[quote]
Supo que habló demasiado pronto cuando el anfitrión continuo su discursillo y alejó sus ensoñaciones, volviendo a reclinar la cabeza, afirmando de inmediato, mostrando una servil disposición.
- Lo-lo que usted pida, señor... -
Adrian Farenheights escribió:Tú lo recuerdas, ¿cierto? Aquel tiempo en el que existía, tú vivías antes en Inglaterra… la recuerdas.
Un respingo. Se le fue el aliento antes de hablar. Frunció el entrecejo, sintiendo una punzada al recordar a aquél "ser"... era como evocar una pesadilla justo recién al despertar, aún sintiendo esa asquerosa pesadez. Se relamió los labios y pestañeó, pensando si habría una respuesta correcta a esa pregunta, pues entre líneas había una petición que el viejo Smitson aún no adivinaba. Sin querer agotar la paciencia de los presentes en la sala, se dispuso a hablar, no sin antes pensar bien su respuesta:
- S-sí señor... la recuerdo... era, bueno, era... - no le ajustaban las palabras para describirla, una tarea que nunca creería necesaria. Se reincorporó con dificultad, apretujando por las orillas su viejo sombrero. Su mirada estaba lejana, miraba hacia la nada y negaba continuamente para sí mismo, como si lo que pensaba no fuera apropiado. - Bueno era inquietante. Sí, eso... inquietante... aunque nunca nos hizo nada a los que anduvimos por ahí, tampoco nos daba ese sentido de protección. Cuando creíamos que estaba de nuestro lado, simplemente... pues demostraba que estaba del suyo. Es como una tormenta, mientras no te pongas en el "ojo", te pasa de largo, quizá te moja y aturde un poco a su paso, pero-- bueno, suena estúpido, pero... se da cuenta por cómo lo miran que está divagando nuevamente y pasa saliva, retomando el curso de la conversación - Es una criatura de cuidado señor. A diferencia de usted, no tiene consideración por nada... -
Suspiró y bajó la cabeza, guardando silencio. Ya había dicho mucho... ¿o no?
- C-casi lo olvido señor, hay algo muy--
Un aleteo agita con fuerza la sala. Luego un distintivo pero olvidado sonido...
¡Craaw--craw!
El alertante graznido viaja por la estancia. Quién sabe por dónde vino, pero está ahí, con sus 60 centímetros de largo y su pelaje enteramente negro, destellando azulado, verdoso por el fuego que lo rodea, ahí en el candelabro donde yace amenazador. En sus maliciosos ojos se refleja el pobre viejo, él lo sabe y se aterra, le fallan las rodillas y no atina a huir sino hasta que el animal se le abalanza en vilo, tan veloz que escapa a cualquier posible intento por detenerlo en su trayecto. No se detiene sino hasta que aterriza en el rostro del hombre, convirtiendo su tierna carne en jirones con sus poderosas garras y entremetiendo su arqueado pico en sus ojos, queriendo extraerlos. Aunque el viejo lucha por sacárselo de encima, la endemoniada criatura puede más que él, cizañosa, se ha prendado de su carne.
- ¡¡AAAHH!! ¡¡SEÑOR, AYÚDEME, PIEDAD ARRRGH!! -
Sus gritos resuenan como los de un cerdo en el matadero.
Hermes- Webmaster
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 23/05/2011
Re: ✞ Presagio
Aguzó completamente el oído inclinándose hacia el frente. Sus dedos enguantados casi tocaban la mesa. Le interesaba cualquier percepción que pudiera tener de Babel, por mínima que fuera. Una de sus primeras lecciones, muchos años atrás, había sido que la torre de la vida era sostenida por los hombros de los pequeños y ellos escuchaban y sabían. Estaban llenos de información y sabiduría para quien estaba dispuesto a escuchar. Cada día miraba por su ventana a las gentes de su improvisado reino y se preguntaba qué cosas se movían entre ellos. Que información vital se le escapaba, tomada por innecesaria y absurda por los mortales o por su origen. Él estaba dispuesto a escuchar y por eso estaba en la cima de la torre de la vida.
Las palabras del viejo Smitson probaron su pensamiento: eran importantísimas. Significaban el comportamiento tradicional de Babel, o al menos como solía ser. ¿Qué cosas hacía que prácticamente no le interesaban las pequeñeces de alrededor, tenía que ver con su desaparición? Y la pregunta más importante: ¿significaba que tenía lo que quería o que estaba más desesperada por buscarlo? Aquello era lo que determinaría el proceder de Adrian, aún más que el saber lo que Babel quería, si es que había un algo.
Estaba satisfecho con lo que Smitson le había dado. Planeaba recompensarlo con una ración adicional y alguna cosa que haya pedido antes –Albert se encargaba de autorizar las peticiones menores- para su sobrina. Ahora pensaba exigir de él algo más. Abrió los labios para hablar cuando Smitson le interrumpió para decir algo, algo importante…
¡Craaw--craw!
Sus ojos volvieron hacia arriba, donde se encontraba aquella criatura. ¿Un ave, cuando había llegado? Todos se alteraron al instante por aquél intruso. Le seguridad del castillo era muy fuerte. No, eso no podía ser normal de ninguna manera, ningún ave normal podría entrar al castillo. Ocurrieron muchas cosas muy pronto entonces.
Cuando el ave se lanzó contra Smitson, Albert, quien había permanecido detrás a unos metros y cerca de la puerta, retrocedió detrás de esta, sin cerrarla, pero presto a escapar. No era algo raro en él en realidad. Noa se adelantó un paso para intentar permanecer entre su amo y la amenaza, buscando su pequeña pistola que llevaba en la espalda, prendida del cinturón. Adrian apretó los dientes.
-¡No! –No podía atacar al ave pues dañaría al viejo y era lo que le importaba- ¡deténganlo!
Los otros dos consejos, vampiros comunes, se lanzaron contra el pájaro intentando atraparlo o dañarlo con sus temibles garras. Un disparo del arma de Noa se escuchó, intentando darle al animal. Al instante la empujó Adrian.
-¡Estúpida, puedes darle al viejo! –le recriminó. Noa no protestó. Estaba muy confiada en su puntería pero no quiso discutir con su amo- ¡Cierra las ventanas y puertas, que no escape! -exigió, pero antes de dejarla ir la acercó, susurrandole- Si el viejo logra sobrevivir debes sacarle lo que sabe.
Apretaba los dientes sin saber que tan útil sería eso pues no creía que hubiera entrado por medios normales, lo habría visto. Levantó su mano y se desenguantó, esperando al momento en que sus sirvientes fallaran…
Las palabras del viejo Smitson probaron su pensamiento: eran importantísimas. Significaban el comportamiento tradicional de Babel, o al menos como solía ser. ¿Qué cosas hacía que prácticamente no le interesaban las pequeñeces de alrededor, tenía que ver con su desaparición? Y la pregunta más importante: ¿significaba que tenía lo que quería o que estaba más desesperada por buscarlo? Aquello era lo que determinaría el proceder de Adrian, aún más que el saber lo que Babel quería, si es que había un algo.
Estaba satisfecho con lo que Smitson le había dado. Planeaba recompensarlo con una ración adicional y alguna cosa que haya pedido antes –Albert se encargaba de autorizar las peticiones menores- para su sobrina. Ahora pensaba exigir de él algo más. Abrió los labios para hablar cuando Smitson le interrumpió para decir algo, algo importante…
¡Craaw--craw!
Sus ojos volvieron hacia arriba, donde se encontraba aquella criatura. ¿Un ave, cuando había llegado? Todos se alteraron al instante por aquél intruso. Le seguridad del castillo era muy fuerte. No, eso no podía ser normal de ninguna manera, ningún ave normal podría entrar al castillo. Ocurrieron muchas cosas muy pronto entonces.
Cuando el ave se lanzó contra Smitson, Albert, quien había permanecido detrás a unos metros y cerca de la puerta, retrocedió detrás de esta, sin cerrarla, pero presto a escapar. No era algo raro en él en realidad. Noa se adelantó un paso para intentar permanecer entre su amo y la amenaza, buscando su pequeña pistola que llevaba en la espalda, prendida del cinturón. Adrian apretó los dientes.
-¡No! –No podía atacar al ave pues dañaría al viejo y era lo que le importaba- ¡deténganlo!
Los otros dos consejos, vampiros comunes, se lanzaron contra el pájaro intentando atraparlo o dañarlo con sus temibles garras. Un disparo del arma de Noa se escuchó, intentando darle al animal. Al instante la empujó Adrian.
-¡Estúpida, puedes darle al viejo! –le recriminó. Noa no protestó. Estaba muy confiada en su puntería pero no quiso discutir con su amo- ¡Cierra las ventanas y puertas, que no escape! -exigió, pero antes de dejarla ir la acercó, susurrandole- Si el viejo logra sobrevivir debes sacarle lo que sabe.
Apretaba los dientes sin saber que tan útil sería eso pues no creía que hubiera entrado por medios normales, lo habría visto. Levantó su mano y se desenguantó, esperando al momento en que sus sirvientes fallaran…
Adrian Farenheights- Mensajes : 19
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Vie 9 Ago - 21:39 por Hermes
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Vie 2 Ago - 1:56 por Pietro Ludovisi
» Sin City [Afiliación Élite] Confirmación
Miér 31 Jul - 20:35 por Invitado
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Miér 31 Jul - 2:20 por Adrian Farenheights
» Sinner Dream [Confirmación-afiliación aceptada]
Mar 30 Jul - 15:05 por Invitado